Nuevo Euskadi

El mito del efecto llamada

Tanto el PSOE como el PP abogan por endurecer el control sobre la inmigración

JORDI ÁLVAREZ CAULES / Bilbao / Abril 2008

A pesar de que los discursos del PP y PSOE sobre la inmigración son percibidos como muy diferentes, comparten, aunque parezca mentira, dos puntos de vista muy significativos. El primero es la necesidad de un mayor control de los flujos migratorios, y el segundo la negativa de realizar otra regularización masiva. De hecho en el último debate electoral televisado, José Luis Rodríguez Zapatero, también tomó suyas palabras como control, y declaró explícitamente: “nuestra política de inmigración tiene un principio: sólo pueden venir y quedarse los que puedan trabajar de acuerdo con la ley. Es decir, lucha con firmeza contra la inmigración ilegal” para luego añadir que uno de los frentes de esa lucha era “que el control de fronteras impida la entrada de inmigrantes que no tengan un contrato de trabajo garantizado”. Incluso, en el mismo debate, echó en cara a Mariano Rajoy, que en la legislatura en que éste era ministro del interior se le habían “colado” más de medio millón de inmigrantes.

Parece que el PSOE quiere contrarrestar, de esta forma, dando más fuerza al control de la inmigración en su discurso, el ataque mediático del PP. Un partido que insiste hasta la extenuación en que durante la etapa socialista se produjo un “efecto llamada” de no se sabe qué consecuencias catastróficas.

Parece que el PSOE quiere contrarrestar, de esta forma, dando más fuerza al control de la inmigración en su discurso, el ataque mediático del PP. Un partido que insiste hasta la extenuación en que durante la etapa socialista se produjo un “efecto llamada” de no se sabe qué consecuencias catastróficas.

El Partido Popular construye así conceptos que una vez incrustados en el imaginario social a través de la prensa, son muy difíciles de erradicar, y toman realidades absolutas, y connotaciones negativas, sin ningún fundamento racional.

Lo que no se entiende muy bien es porqué ese “efecto llamada”, si es que se puede llamar así, fue tan nefasto para el país si las personas inmigrantes reflotaron el sistema de la seguridad social, revitalizaron la economía y elevaron la natalidad.

Por otro lado ese “efecto llamada” no le vino nada mal a las grandes empresas. Pudieron bajar salarios, contratar irregularmente, evitándose así cotizar a la seguridad social, y aumentar de esta forma sustancialmente sus beneficios.

La pregunta a hacerse entonces es por qué ahora se habla tanto de control, cuando en su momento se hizo la vista gorda, ante tan manifiesta “irregularidad”. Es evidente que hasta hace bien poco, el trabajador inmigrante era muy necesario, tanto para economía de las grandes empresas, sobre todo para las constructoras, como para la economía pública, para sostener la seguridad social. Pero ahora la tortilla se ha dado la vuelta. La vertiginosa bajada del sector de la construcción ha sumado miles de trabajadores inmigrantes al paro. Los últimos datos del Ministerio de Trabajo, en febrero de 2008, revelaban, que ya son 162.000 trabajadores inmigrantes los que hoy cobran el subsidio de desempleo en España.

Puede, a tenor de estos datos, que ahora los inmigrantes comiencen a ser una carga para la seguridad social, no por culpa de ellos, sino a consecuencia de la misma estructuración de la economía española. Demasiado centrada en el sector servicios, y en la construcción, y con una industria casi inexistente, en comparación con otras economías desarrolladas. Puede también que España ya no pueda acoger, o asimilar, como fuerza productiva, dejémoslo claro, a más trabajadores inmigrantes. Pero lo que no se puede hacer es que la inmigración sea buena mientras interese a ciertos sectores, y ahora que no interesa, económicamente hablando, ya sea nefasta. De repente, nuestro útil y querido inmigrante desborda los servicios sociales con sus nimios problemas de salud, acapara las ayudas públicas para trabajar en negro, y por la noche, al salir del trabajo, su exótica y simpática cara toma un perfil maquiavélico, dedicándose impunemente a aterrorizar a nuestras ancianas.

Lo cierto es que detrás de este aséptico, y pseudo-científico término, se esconde una gran hipocresía. Y esta estriba en que las economías desarrolladas no dejarán nunca de demandar mano de obra barata para los trabajos menos cualificados, que los trabajadores nacionales no quieren cubrir, y menos por el paupérrimo salario del inmigrante. Y nuestra historia reciente tiene pruebas de ello. Este “efecto llamada” también lo sufrieron los trabajadores españoles que emigraron a Alemania.

Pero también, hace no mucho tiempo el campo español vivió el “efecto llamada” de las ciudades, y hoy urbes como Bilbao, se componen de aquellas generaciones de emigrantes interiores que con su trabajo construyeron una nueva sociedad. Actualmente sus hijos están plenamente integrados, (o quizás no tanto, no olvidemos la precariedad de los trabajos y salarios), y reciben, en la sociedad que creen muchas veces sólo suya, a otros migrantes. ¿Sabremos entonces reconocernos más allá de cualquier diferencia de cultura, raza o religión; sabremos ver lo positivo de lo que es la lógica mecánica de la evolución de las poblaciones humanas u observaremos impasibles el recorte de derechos de personas que nos han dejado de ser útiles, y nos empiezan a ser molestas? ¿Caeremos en cuenta que defender sus derechos es también defender los nuestros, acaso como pueblo nunca fuimos inmigrantes, acaso, podemos asegurar que el futuro no nos deparará más éxodos en búsqueda de un digno sustento?

Las frases
Lo cierto es que detrás de este aséptico, y pseudo-científico término, se esconde una gran hipocresía. Y esta estriba en que las economías desarrolladas no dejarán nunca de demandar mano de obra barata para los trabajos menos cualificados, que los trabajadores nacionales no quieren cubrir, y menos por el paupérrimo salario del inmigrante.