Nuevo Euskadi

El currela

JORDI ÁLVAREZ CAULES / Bilbao / Febrero 2008

Ahí, enfrente mío, estaba su bigote. Un bigote isosceles negro entreverado de grises, del que saltaban aquí y allá, algunos pelos ribeteados de migajas de yeso, que daban al conjunto una sensación de mostacho.

Sus ojos abiertos, su postura recta. Un manto de blanco escayola cubría sus manos enrojecidas, y debajo de sus uñas también, yeso.

Era un currela. Más de 50 años, y de estos seguro, más de 30 en la obra, tragando frio, y esfuerzo. Volvía de un duro día de trabajo a casa, en el tren de cercanías.

Para el tren y entran dos chicos uno negro y otro sudamericano, con cara incaica, que se sientan en el grupo de asientos de enfrente. El currela, que estaba en el asiento más cercano a la ventanilla, se desplaza al que está al lado del pasillo, y saluda

- Orwell, chaval, ¡que! ¡¿no saludas ya?!

- Hombreeeeeeeeee,¿qué tal? Es tan negro que sus labios, un poco menos oscuros, resaltan del conjunto como si fueran colchonetas en una piscina de petróleo.

- Bien, hombre, bien, ¡Qué! ¿de dónde vienes?

- Pues estoy en A., llevo un mes ya, ahí currando, y voy ahora a que me den lo mío. – dice mientras golpea fuerte y cabreado con el dorso de su mano derecha la palma de la otra, como si al golpear tan duro fuera mayor la posibilidad de cobrar, como si para cobrar tuviera que tensarse al máximo, hacer algún tipo de órdago, cagarse en los muertos de alguien-. No nos pagan ni el transporte ni la comida, y les vamos a decir que como siga así la cosa, pues que no. Mientras se explica mueve las manos en gestos amplios, y en ese danzar de dedos en el espacio hay algo raro, falta algo. Si, le falta la falange superior del índice derecho. Seguramente ha sido de un accidente en la obra.

Va a trabajar su padre, -le dice el currela,- no no, si no pagan ni la comida ni el transporte, les va a trabajar su padre. El currela a cada frase salta como un muñeco diabólico de su asiento, le llevan los demonios, se nota que le tiene aprecio al chaval, lo siente, lo siente porque lo ha vivido, y porque el otro a persar de ser negro, ha sido su colega en la obra, ha tragado quina y se ha dejado el lomo junto a él.

El tren reduce la velocidad, la voz metódica y femenina del megáfono repite con tono monocorde, “Próxima parada......”Los currelas jóvenes, el negro, y el sudamericano, se levantan, le chocan la mano al otro,

- Suerte hombre,

- Ya me cuentas, dice el del bigote.

- A ver, porque es que así no, no se puede.

El tren sigue su marcha, y el currela se dirige a mí, sabe que he estado escuchando la conversación, y por mi cara, y por mis gestos, muevo la cabeza a los lados, como queriendo decir que no, que no hay derecho, sabe que quiero que me cuente.

- Que hijos de puta, me dice. Es para coger un pico y atravesarles la sien, así te lo digo, yo cogería un pico y les reventaría la cabeza.

- Si es una vergüenza

- Donde yo trabajo traen a unos chinos, doce chinos, trabajan de 8 de la mañana a 8 de la tarde y les pagan 800 euros. Lo que te digo 800 euros, 12 horas al día, y ahí les meten proporcionalmente las pagas extras, y las comidas, y el transporte. Y si están dados de alta en la seguridad social la mitad van que chutan. La mitad porque estos cabrones no dan de alta a más de la mitad

- Bufff

- Y les contrata uno de los suyos, un chino, una empresa china, les van a recoger en furgoneta a las 7.30 de la mañana, y les tiran, porque les tiran, eso es lo que hacen, a las 8 en la obra.

- Joder

- Y luego les recogen a las 8 de la tarde y les llevarán donde les lleven, seguro en una habitación los 12 hacinados, a dormir los 12 en la misma habitación. Y da igual que sean de aquí que sean de allá, son gentuza. Yo ya les he dicho, si fuera tú, a tu jefe, nada más entrar en la obra, le clavaba un tablón en la cabeza, eso haría yo.

- Luego dicen que la cosa va a mejor, la cosa no va a mejor. Le digo intentando de alguna forma solidarizarme con lo que me cuenta.

- Son gentuza, gentuza, lo que te digo

- Lo peor es que todos tragamos. La gente está hipotecada, y nadie dice nada en el curro, no jodas luego ¿cómo pagas al banco?

- Bueno yo ya no tengo nada que perder. Y es que son todos iguales, los de aquí y los de allá, todos iguales.

Llega la siguiente parada, y bajamos los dos juntos charlando mientras llegamos a la barrera que exige el tique, (un tique, de un tren de cercanías público, que este año ha subido 15 céntimos), para dejarnos pasar. Pasa él primero y luego voy yo, mientras introduzco el boleto en la subcionadora metálica, me hace un gesto y se despide.

- !Venga chaval!

- !Venga nos vemos!

Y no sé por qué me siento agradecido de haber hablado con el currela, de haber conocido a Orwell, de saber lo que les putean a los chinos, aunque estos no me caigan muy bien. Y no sé por qué siento también una tristeza primigenia, una nostalgia de un tiempo futuro en el que esto ya no pase.